Piratería… Si preguntamos a cualquier directivo de la industria del software, con toda probabilidad asociará esta palabra con pérdidas económicas y reducción de empleo. Pero, ¿ha sido siempre así? La experiencia nos demuestra que no: una de las claves del éxito de una determinada aplicación es contar con una base de usuarios lo más amplia posible, convertirse en un estándar de facto. Y la forma más rápida de conseguirlo es manteniendo una posición tibia y tolerante en lo que a la piratería se refiere. Así lo han hecho en el pasado algunas de las más grandes compañías del sector, y así lo siguen haciendo muchas otras en la actualidad.
Parece un buen plan, ¿verdad? Positivo para la industria, que consigue introducirse en el mercado, ganar cuota y generar usuarios… y positivo para los clientes, que consiguen (recurriendo a la picaresca) un producto de calidad con una inversión mínima, en ocasiones incluso nula. Sin embargo, y como suele ocurrir, no es oro todo lo que reluce. Llega un momento en el que los desarrolladores buscan recuperar su inversión, y es entonces cuando la cosa se complica. Las versiones de prueba que nunca caducaban dejan de funcionar. Las actualizaciones a través de Internet no pueden instalarse. O directamente, aparece en nuestro buzón una carta de la empresa de turno invitándonos a «regularizar» nuestras muchas licencias piratas.
Una política como la descrita provoca, antes o después, serios quebraderos de cabeza para todo el mercado:
- Para el cliente, que termina por depender de un software determinado, y cuando se ve en la necesidad de desembolsar un dineral para seguir usándolo se encuentra con un triple dilema: o pagar, o afrontar una reconversión total de sus sistemas, o mantenerse en la ilegalidad asumiendo las posibles consecuencias legales;
- Para el fabricante, que ante los escandalosos porcentajes de piratería se ve obligado a lanzar costosas campañas jurídicas y publicitarias, que a menudo criminalizan a los clientes;
- Y para todo el sector, con las consiguientes demandas multimillonarias por vulneración de la competencia.
Resulta obvio que ganar cuota de mercado es imprescindible para la industria del software, y que ahorrar costes lo es también para los clientes. Ahora bien, es igualmente imprescindible que las prácticas llevadas a cabo para conseguirlo no se limiten al corto plazo, y que se planifiquen con la suficiente base jurídica para permitir a desarrolladores y clientes saber a qué atenerse, ahora y en el futuro. Evitar sorpresas, sin conformarnos con el “seguro que no se enteran” o el «tranquilo, que no te vamos a decir nada».
Como casi siempre, la mejor opción pasa por un asesoramiento previo a la toma de este tipo de decisiones, tanto para proveedores como para clientes. Solo así podremos defender que la opción elegida era realmente la más adecuada… y no sólo la que más dinero reportaba (o menos consumía) a final de mes.