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Mi amigo el mago

Tengo un amigo mago. Es un artista: con un par de globos, unas cartas y un sombrero puede entretener a las personas que le pongas delante, da igual una que doscientas. Vista su habilidad, decidió que sería una buena idea sacarle provecho económico y, dicho y hecho, optó por la opción más segura: acudir a un local público de reconocido prestigio, con mucha afluencia de público, a realizar sus números.

Obviamente, muchos más artistas tienen la misma idea. Para regular un poco este asunto, el gobierno municipal estableció unas normas que los artistas debían cumplir para poder actuar. Un criterio de selección exclusivo, vamos: la actuación tiene que ser de calidad, no tiene que ser igual que la de otro artista que ya esté por allí, han de dominarse varios idiomas, no ha de ser peligrosa para los espectadores, si utiliza materiales como globos tienen que ser de una determinada marca, la indumentaria tiene que ser elegante y acorde al estilo del local…

En fin, que mi amigo el mago se prepara durante varios meses para cumplir todo esto, se deja un dineral en ropa y en globos, en clases de idiomas… Y, por fin, lo consigue: todos los requisitos cumplidos y una plaza en el mejor local. ¡Bien! ¡El esfuerzo valió la pena!

Dos días después me llamó para decirme que le habían retirado el permiso.

  • ¿Pero cómo? ¿Por qué? -le pregunté- ¿Ha salido algo mal? ¿Alguien se ha quejado? ¿Algo no funcionaba?
  • Nada de eso, hice todo tal y como me lo pidieron.
  • ¿Entonces? – Mi estupor jurídico ya afloraba, a estas alturas.
  • Verás, el director del centro ha decidido que ya no quiere que esté. Y punto.

El lector, supongo, verá en esto una injusticia y pensará: “pobre chico, no puede ser, un funcionario no puede cambiar así de idea, unilateralmente. ¿Y los gastos? ¿Y el tiempo invertido?” Eso mismo le pregunté yo.

  • Pero eso no puede ser, ¿rompen el contrato sin más?
  • Había una cláusula en el contrato que ponía que podían hacer lo que les diera la gana.
  • ¿Y lo firmaste? ¡Eso es abusivo! ¡Déjame verlo!
  • Yo y millones más. Y no te lo puedo enseñar, ni hablar de eso… es confidencial.
  • ¿Millones más? ¿Tantos artistas hay?
  • Esto… es que no fui sincero del todo… en realidad soy… desarrollador de Apps.
  • Ufff…

Espero que perdonéis la historia, que no es real pero podía serlo. Esta es, tal cual, el día a día al que se enfrentan muchos desarrolladores de aplicaciones para las grandes plataformas (Apple Store, Android Market o el mismo Facebook).

Un desarrollador invierte meses (si no más) en preparar una aplicación para que cumpla todos los requisitos del “Developers License Agreement” de turno. Al tratarse de contratos protegidos por cláusulas de confidencialidad, no seré yo quién lo desvele, pero baste apuntar que obligan a utilizar determinadas tecnologías, distintos idiomas, ser multiplataforma, limitar ciertos contenidos y evitar otros, y… bueno, el resto de los requisitos del mago también les son aplicables. Aparte de que, a menudo, se queden con un jugoso porcentaje de los ingresos…

Y, sí, incluyen una cláusula en la que se reservan la facultad de aceptar o denegar, o incluso eliminar una vez haya sido aceptada, cualquier aplicación. La que quieran, cuando quieran. Sin necesidad tan siquiera de que se deba a un “cambio en las condiciones de la licencia” (aunque también lo hacen en casos gordos).

Su palabra es ley, como la de los reyes absolutos, y así ha de ser aceptada. Y nada de que se te ocurra opinar sobre términos como “irretroactividad de leyes no favorables” porque desconocen su significado por completo. Y ni mucho menos de “cláusulas abusivas”. La carcajada puede llegar a Silicon Valley (perdón, sin nombres…)

Actualmente, los desarrolladores (y hablamos de millones de ellos) aceptan los términos de estas plataformas y su deslumbrante y no escondida arbitrariedad unidireccional, como aquel grupo de amigos aceptaba que el pulpo es un animal de compañía: o lo aceptas, o te quitan el juego de mesa. Y claro, por dejar de jugar solo te aburres, pero por perder una aplicación lo mismo pierdes tu negocio.

Estas plataformas están llegando a convertirse en entes supranacionales con, en ocasiones, más poder e influencia en la vida de algunos emprendedores que algunos Estados.

Hay soluciones. Es obvio que una buena base técnica y una exhaustiva asesoría legal (cumplir 100% o más la licencia, en todos y cada uno de los extremos de sus 41 páginas… perdón, eso es confidencial… ¡Ah no!, es un dato agregado, lo puedo decir) aumentan las posibilidades de que se acepte la aplicación en primer término y ayudan a que perdure en el tiempo.

Pero si a alguien de los de arriba no le gusta tu arte, amigo desarrollador, hasta que podamos obligar a que las cosas cambien… más vale que tengas otro espectáculo preparado. Este, puede que te lo retiren porque sí. Y te quedas con los globos.

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