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Héroes y villanos

El anonimato ha sido y siempre será la piedra angular de dos géneros literarios distintos: las novelas de espías y los comics de súper héroes. ¿Cómo leeríamos a John le Carré si se identificara al topo en la primera página? ¿Qué sería de Clark Kent sin su corbata y sus gafas? El anonimato es fundamental en la ficción… pero, en la vida real, a veces no es tan recomendable.

En mi anterior entrada en el blog, mencionaba la nueva reforma del Código Penal que el Gobierno está impulsando desde hace semanas. Al margen de si, en términos generales, «encaja» o no en la Constitución, tal y como expresaba recientemente la portavoz del Consejo General del Poder Judicial al respecto de la prisión permanente y la custodia de seguridad, me quiero detener en dos nuevos tipos propuestos por el Ministro de Justicia: el acecho u hostigamiento y la divulgación no autorizada de imágenes o grabaciones íntimas.

Desde luego, ya tocaba abordar estos temas de una forma más directa para tratar de atajar una realidad creciente que, créanme, en ocasiones asusta. Lo que no sé es si ésta es la vía adecuada. Ya saben, la reforma del Código Penal debe ser el último recurso.

Siempre he pensado que penar conductas porque sí no es la solución, y que el énfasis se ha de poner en la concienciación y en la educación. Pero el problema es que, con el éxito de Internet, muchas cosas se nos han ido de las manos. Y es que Internet y sus aplicaciones no son sólo una gran herramienta de comunicación, sino también un gran antifaz, en un medio para cometer tropelías, en un campo de batalla donde no se lucha a cara y pecho descubierto, sino como sombras y fantasmas que acechan y asustan.

El cómo evitar que las fotos que la gente se hace «en pelotas» acaben siendo de dominio público parecería que tiene fácil solución: no grabando ese tipo de imágenes. Muerto el perro muerta la rabia, que dicen. Pero no discutimos aquí el derecho de cada uno de posar como le dé la real gana, sino el de evitar que esas imágenes se divulguen. ¿Cómo se regulará en la modificación del Código Penal la difusión no autorizada de imágenes o grabaciones íntimas? ¿Habrá un tipo para penar a quien publique, sea quién sea? ¿Y un atenuante (o agravante) de pareja o parentesco? No lo sé, pero estoy impaciente por ver cómo sigue el tema. Eso sí, contamos con un avance sobre qué tiene en mente el legislador: se espera una pena de seis meses a un año de prisión.

El acecho ya es harina de otro costal, pues pueden venir mal dadas de cualquier lado y por cualquier motivo, y no vale escudarse sólo en la concienciación de no grabarse como Dios nos trajo al mundo delante de un espejo o una webcam. Aquí estamos hablando de la integridad física y moral de las personas… también de la de los niños.

El cyberbullying a través de chats o redes sociales a menores, el envío de mensajes de Whatsapp o correos electrónicos intimidando a exparejas… son cosas de las que todos hemos oído hablar, en ocasiones a través de personas directamente afectadas. Y que, muchas veces, dan verdadero miedo. ¿Qué hacer? Cuando la educación y la apelación a la responsabilidad no bastan para salvaguardar la integridad moral de una persona… no queda más remedio (por desgracia) que modificar el Código Penal para perseguir estas conductas, en este caso con penas de hasta dos años de cárcel. Algo que, en principio, puede parecer exagerado. Pero quizás es hora de poner límites a ciertas acciones deplorables que se realizan sistemáticamente aprovechando la facilidad y «anonimato» que ofrece Internet.

Ahora bien, para ambos tipos me preocupa una cosa: ¿como va a casar la persecución de estos delitos (con penas inferiores a los dos años) con la Ley de Conservación de Datos? En otras palabras… ¿cómo se va saber quién es el delincuente para asuntos que no sean graves? Todo un dilema, no apto para legos en derecho, ¿no les parece?

En el ámbito literario, el anonimato ha sido utilizado de forma genial. Tirso de Molina, Voltaire, o el mismo John le Carré, que citaba al principio, insignes autores conocidos por su pseudónimo. O Bruce Wayne, Clark Kent, Peter Parker… personajes creados en el cómic, que usan su anonimato para hacer el bien, y no al contrario. Lograr que en Internet suceda lo mismo es un reto en el que todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Y, probablemente, un esfuerzo de concienciación que ponga freno a este tipo de actos será la mejor receta.

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